
Viaje al Cantábrico I: San Sebastián
La bahía de San Sebastián es una de las más hermosas que conozco. Cada cierto tiempo tengo la tentación de una escapada. La última, el pasado mayo de este año 2016, en un día de templada primavera con guiños de sol entre nubes. Jornada de un solo día, el alojamiento fue en Zarautz y el motivo principal del viaje la visita a los parques naturales de las sierras de Aralar y de Aizkorri-Aratz.
La proximidad con Zarautz hacia obligada la escapada a San Sebastián.
Como pintor encuentro muy atractivos los puertos. Su colorido, su olor a mar, las gaviotas que sobrevuelan los barcos de pesca, de intensos rojos, verdes y azules y sus mástiles blancos, todo reflejado como en un espejo sobre las aguas quietas, al abrigo de la marea y del oleaje. Los puertos me transmiten la vivísima sensación de los colores puros.
Pero San Sebastián es algo más que un puerto. Me gusta asomarme a su bahía desde el paseo de la Concha, con sus modernistas barandillas blancas y contemplar desde allí los montes verdes de Igueldo y Urgull que abrazan la ciudad. Y su cielo cambiante, unas veces de un gris tierno, neblinoso, que suaviza los contornos y apaga los colores. Otros, un sol radiante destaca el ocre vivísimo y húmedo de la arena de su playa, aviva los azules del agua y el verde los montes. Menos frecuente, un enero, pude contemplar la ciudad desde el monte bajo una capa de nieve, en una imagen de ensoñación y de cuento.
El conjunto urbano es señorial, armonioso. Pasear la ciudad es quedar seducido por sus bulevares, el jardín francés frente a la Diputación Provincial, el Mercado de Abastos, la glorieta de música obra del arquitecto aragonés Magdalena, su Ayuntamiento, antes Casino, su casco viejo con las tabernas, las tapas, y sus monumentos, como la catedral de Santa María del Coro y la iglesia del Buen Pastor.
Como siempre, la despedida de la ciudad fue un, hasta la vista.